martes, 22 de noviembre de 2011

Mi porro me sabe a coco

Fotografía de Santiago Ochoa.

Por Juan Manuel Roca y Alejandro Torres

Ahí está Manuela León. Con su bisutería, sus piñas raquíticas. Hace mucho dejó de pasar por el camino de la Chivera, en las tierras del Sinú, para vender mangos y comprar tabaco pero, de cuando en cuando, vuelve a rehacer el camino, vuelve a llegar a casa del compadre León, a verlo con el sombrero roto, el burro espantado y la suerte de labrador. Su andar está del otro lado de la muerte, pero sus pasos echan atrás el tiempo y decide contar su historia: Por el camino de la Chivera viene la comadre Manuela León...

Es el relato de Pablo Flórez. Son sus porros, sus paseos, sus cumbias y sus fandangos. En su memoria está la del cronista de unas tierras donde se cruzan lo imaginario y lo real. Sabanas en las que se encuentran, por el dictado de su voz, parranderos de marras, campesinos sufrientes o habitantes de leyendas. Los vivos, los que han dejado de existir, los que existieron y los que traza su imaginación. "Ocurre que todo el mundo se va muriendo y, de una vez, lo van olvidando. Aunque, a través de la rumba, quiero que estos personajes digan lo que fueron en mis canciones. Eso es lo que hago, un resumen de cosas para que permanezcan el día en que yo muera".

Ahí viene Juan Almanza. Las mujeres lo conocen y lo mandan a llamar. Viene con su pinta blanca, su don de mando en el baile y tantas ganas de parrandear como aquel que le dijo adiós a la tullida y más nunca volteó pa 'trás. Aquel que encontró una tal María Varilla, durmió en las corralejas en medio de fandangos, anduvo por fiestas interminables con su baúl de ceiba colorá y, ni aún después del cumbión organizado por María para su velorio, dejó de fiestear. "María, María Tapias según su nombre de pila, no era de Pelayo, era de Ciénaga de Oro. Su mamá, en las fiestas, hacía garitas para vender comida pero María, además de su historia de fandanguera, era una negra con aire místico y una gran bailarina. No bailaba con todo el mundo, ni tomaba trago. Ellas se trasladaron luego a Montería y, en fandangos que hacían todos los sábados, iban a buscarla siempre".

Viene, también, el negro coleador de caminar lento, sin abarcas en los pies, que estrella el toro, lo derriba, le soba el morrillo y lo deja quieto mientras todos lo miran con los ojos espantados con los que se ve lo sobrenatural. Ahí está la aventurera, con cara de ser buena, perdida por pueblos, carreteras y provincias. Si supiera que la quiero, volvería al pueblo Ciénaga de Oro. "En la época en que esta mujer aventuraba, yo tocaba en los burdeles con Filiberto González, Francisco Antonio Branco y Kike, un maraquero. Allí se encontraban los parranderos con las mujeres y allá llegábamos a tocar. Así ganábamos lo necesario para sostenernos".

Unos viven, otros han vivido y unos más jamás existieron. Pero todos llegan puntuales a la cita para rodear a Pablo Flórez. ¿Cómo dejar a este amanuense sinuano sin su testimonio desmedido, cómo prolongar sus vidas si no en estos porros que, cada vez, cantan sus tiempos ahora imposibles? Ahí están con él y con su voz inverosímil, que no parece requerir jamás de esfuerzo alguno ni de movimientos siquiera discretos: Mi porro me sabe a coco...

Este es Pablo Flórez. A sus 73 años guiados sin solfeo desde los 14, cuando empezó como baterista con los hermanos Sáez, conoció a Simón Mendoza, estuvo con Juanito Oviedo y Lucy González y grabó sus primeros discos cantando Juan Almanza y El negro Mestra. "En esa época llevaba ya la idea de componer. Empecé a inclinarme por esto desde muy niño, hacía cosas que no tenían fundamento entonces, pero que ya querían decir algo". Una música que desde sus orígenes ha tenido una clara influencia del son cubano, ese que "se le quedó a uno por allá, en el fondo, porque se oía en las vitrolas, no había otros discos y en Colombiano se prensaba. Luego vino la mezcla de estilos". Hasta ahora ha compuesto más de quinientos temas y grabado, contando lo que otros intérpretes han hecho, cerca de ochenta o cien.

Recuerda otros músicos, cercanos a sí mismo. "Tenemos uno que murió de lepra, Juan Sáez. En Sincelejo está Peyo Torres, folclórico. En Ciénaga de Oro hay mucho de eso, Aníbal Suárez, Filiberto González..."

-¿Y otras mujeres, además de Lucy González?

-Ella siempre anduvo con una hermana, Cruz del Carmen, con quien cantaba a dúo. Lo hacían bien, aunque Lucy tenía más vuelo artístico. Las dos ya murieron y ahora existe una muchacha, Aglaé Caraballo, un nombre único en su especie, que canta bellísimo.

Escribiente de rastros y espíritus que transitan de un lado a otro con su canto por las sabanas del Sinú. En su casa, mientras compone su propio entierro y pide la forma como deben sepultarlo, silba una tonada para que su sinsonte la complete sin equivocaciones. En Ciénaga de Oro, Córdoba, y en mucho tramo alrededor, puede ser este el único pájaro al que le llegan, aunque en broma, cartas de otros compositores pidiendo regalías por interpretar sus temas.

Pablo Flórez. Polifacético, componiendo en varias direcciones: su registro de la región, su trazo de la geografia o su palabra remota que habla serena de ecología, de naturaleza, de bosques, de temas "a mis ríos, al mar, a mujeres bellas, mujeres malucas, a los amores idos y a los amores que vienen".

Todos, para él, son historias, posibilidades de transmitir lo que siente a través de una canción. Y, quizás, son razones para explicar de alguna manera el increíble lugar secundario que ha tenido el porro en las músicas del norte del país frente al sello comercial de otros ritmos. "En especial, en el Sinú, el porro estaba sembrado en una sola parte. Lo hacían las bandas para las fiestas de corralejas, las galleras, cosas totalmente costumbristas. Como es corralejero, sus partituras han sido musicales, sin letra, no llevaban un mensaje a otros lares. Ese mensaje son las costumbres, las melodías. En cambio, el porro sabanero ha tenido más salida por el hecho de llevar una letra y una música quizá más sensible y expresiva. Son los porros de Juancho Pérez, Arturo García, Lucho Bermúdez -el rey de la gaita, que traspasó fronteras y fronteras a inclusive le compuso a Buenos Aires-".

Por esa razón este hombre y sus historias intentan salir y liberar al porro de ese "chapado de abandono". Ahora, Pablo Flórez adelanta conversaciones con una compañía británica para grabar un disco y lanzarlo en Inglaterra, Francia y España el próximo año.

Ahí está, acomodado en su silla, Pablo Flórez. Acompañado en su cita por Toña, Juan Almanza o los Tiempos idos, Los sabores del porro o la Fiesta vieja. Por la parranda y el festejo, por la crónica y el relato, pero también por la nostalgia y el dolor de temas como La cumbia está heri da y su aire de violencia: No suenan tambores, temen por sus vidas. Hay luto, hay temores, la cumbia está herida. Un baile trágico. "En mis composiciones, como en un crisol, reúno varias cosas. Debo tener unas quince en defensa de estas causas. Nos atacamos vilmente, le pegamos un tiro al otro, sin siquiera conocerlo".

Su lógica, sencilla pero aplastante, habla con su música de sinuanos que, en medio de la guerra, van por el camino detestándola, derramando llanto, cambiando el sombrero vueltiao por uno blanco, el saludo de va quería por lo impersonal, sin abarcas y con cara de espanto en paseos, en "paseítos".

Igual siguen, al lado suyo, La aventurera o La mona Julia, la parranda, el porro o el fandango, los "estilos que más pesco en este mar de ideas, porque siempre son dedicados a tipos parranderos de allá. Hay muchos caminos para la música".

Senderos emparentados con el pasado, con una tradición cultural cordobesa que incluye también el canto de vaquería, el guapirreo, la compañía de los sinuanos cuando andaban por las trochas. "En esa soledad, amenazados por culebras, con mucho frío, hacia Medellín, eran el único alimento melodioso que tenían. Ellos iban por su destino, recordaban nombres de mujeres, nostalgias... Aún hay una mujer, María de los Santos Solipá, que los hace y los presenta por la radio".

Su música ha ido cambiando con el paso de las décadas, desde los tiempos en que oía a los viejos de entonces contar sus relatos en los velorios: "Estera un tipo al que le gustaba gozar". Pero su porro sigue conservando el mismo aire, el mismo olor y Pablo Flórez ha logrado encontrarle un sabor. El que le han dado los caminos, los burros espantados o los sombreros rotos: Mi porro me sabe a caña, me sabe a toros, me sabe a fiesta, me sabe a ron.

Tomado del Magazin Dominical No.811, 29 de noviembre de 1998

Pablito Flórez: Canto, cuento y crónica del Sinú


Fotografía: Universal de Cartagena.


Por: Gustavo Tatis Guerra

Un juglar sentado puede ser capaz de hacerle música a lo más invisible: al olor de la lluvia y a los recuerdos que sacude al ver los árboles bajo el calor implacable de junio.

Pero esta vez le pido que se ponga de pie para que Maruja Parra le haga una foto cerca de las plantas. Y Pablito Flórez (Ciénaga de Oro, 1926), recuerda que le falta algo para la foto: un sombrero vueltiao. Su anfitrión, Argemiro Bermúdez, le trae uno y lo corona con un sombrero veintiuno, pero él se lo acomoda: “Me lo has puesto al revés”. Está a punto de cumplir 84 años el 17 de junio, pero él se siente con ímpetus para seguir cantando y componiendo.

“Estoy cerca de novecientas canciones, y es probable que pase de ese número”, me dice. “Lo que he compuesto son porros, cumbias, paseos, boleros, tangos, bambucos. Tengo cuarenta boleros inéditos. Compuse un bolero en 1946, uno que inicialmente se llamaba “Alma en los labios”, y terminó llamándose “Edita”, en homenaje a Edita González, la esposa de Toño Usta. Hay un verso en ese bolero que dice: “sendero embriagador que cubre mi dolor”. Hay otro bolero que le compuse al Ingenio Berástegui, se llama “Ingenio viejo”, en los años sesenta. Y es sobre la zafra, un triste lamento sobre lo que quedó de una ilusión. Cuando yo compongo, llevo siempre una grabadora en el bolsillo y a mi mujer en el corazón. La melodía me llega sorpresivamente como la letra y le retengo el ritmo hasta pulirla en casa. Puede nacer de cualquier cosa, como cuando una muchacha me mostró un retrato y me preguntó qué me parecía y yo le dije que era una foto muy bonita que me recordaba a alguien, y ella me preguntó: ¿A quién? Y yo le dije: A usted. Hice de eso un bolero: “Retrato”. Hay allí un verso que dice: “Tibio paraíso que cubre mi sufrir”. Hay una canción mía que me gusta muchísimo: “Sinú caliente”, en donde hablo del paisaje y del yacabó, pájaro feo que con la muerte tiene cita. La música hay que sentirla y vivirla. Pero ahora con tanta depredación y desarborización, hasta los pájaros de mal agüero se han ido. Es curioso y triste ver a un hombre sofocado tumbando un árbol y buscando a la vez una de sus ramas para huir del calor. Lo que más recuerdo de mi infancia y de Ciénaga de Oro, mi tierra, es mi gente y las costumbres que se han perdido: aquellos viejos vendiendo empanadas, aquellas señoras sentadas en su taburete fumándose una calilla con la candela al revés, pero lo que más extraño es el respeto hacia los mayores”.

Pablito Flórez habla con la sabiduría de un viejo juglar que se ha sentado a conversar con los suyos y con la tierra que lo ha visto nacer. Estaba destinado a cantar. Es el hijo del músico Pablo Flórez Barrera, que tocaba el redoblante en la Banda San José, la primera que se fundó en su pueblo, y de Librada José Camargo Nisperuza, una panadera, modista y empleada doméstica.

Su canción “Los sabores del porro” le ha dado la vuelta al mundo en la bella interpretación de Totó la Momposina. Escucharla es como paladear un banquete de tradición: “el bollo poloco esmigao en celele y a minguí con coco”, “el queso bien amasado con panela ´e coco de Colomboy”, “la yuca harinosa asá mojá en asiento de chicharrón”, la viuda de pescao, “la leche esperá en corrá”, y el otro sabor del paisaje: “la china esparascá en fandango”, el sabor de los mangos, la totuma de guarapo con hielo y limón “bajo un higo sato sentao en un cajón”.

Él ahora nos explica que es una india esparascá en fandango: “Es una mujer con una alegría desbordada, con una epilepsia en una parte del cuerpo”, capaz como María Varilla de convocar a los bailadores con mil velas prendidas. Le pregunto por el celele y me dice: “Son las migajas que le quedan al queso cuando ha sido amasado y le han sacado el agua”.

Su personaje Ninfa Isabel del Valle Corcho Ruiz, inmortalizada en su famosa canción “La aventurera”, una mujer que tenía “cara de ser buena”, existe aún “pero le hago zig zag”, dice riéndose. “Hubo encoñamiento con esa mujer, pero con quien tengo el más grande encoñamiento es con mi esposa Marcela Causil, con quien he compartido más de sesenta años, a ella la conocí cuando tenía doce años, su tío tegua Juan Causil era muy amigo de nuestra casa y compartíamos de su patio las guindas, las ciruelas, los mangos. Marcela es una mujer de temperamento dulce y ha sabido perdonarme. Creo que cuando una mujer perdona como lo ha hecho mi esposa, uno se siente humillado con dulzura. Con ella llegué a tener siete hijos. Nunca he sabido lo que es el fastidio conyugal. Eso lo desconozco. He sido feliz y espero a seguir siéndolo. Hay hombres que tienen una decepción amorosa con una mujer y pluralizan de manera equívoca sobre las mujeres, aborreciéndolas. Es un error”.

Reconoce Pablito Flórez sus influencias decisivas de la tradición musical sinuana, el porro, la cumbia, los boleros antillanos, los sones cubanos, la presencia del Trío Matamoros, Daniel Santos, pero por supuesto, el aporte de su padre y del maestro José María Fortunato “El Negro” Sáez, entre otros. Cuando canta sus boleros aflora en él la picardía del seductor que paladea sus versos con un tono cercano a Daniel Santos. Sus canciones son un retrato emocional del Sinú. Basta escuchar “La ciroma”, “María Estela”, “Lunita Primaveral”, “María Marzola”, entre otras.

A veces Pablito Flórez, boleriza sus porros y vuelve porros sus boleros. Para él pasar de un formato a otro es asunto de cruzar un leve puente sonoro, y darle un tono distinto a sus versos, como quien sale y entra a un cuarto en penumbras y abre la ventana para que entre la luz.

La audiencia perpleja espera que cante Pablito Flórez. Es domingo en Turbaco. Y llueve. Su memoria es torrencial, salpicada de humor, ingenio, metáforas novedosas, sentido común y conocimiento profundo de la condición humana. Escuchar ahora “La aventurera”, bajo la lluvia, es retornar a la infancia, al pasado, tiene el sabor ambiguo, dulce y amargo de quien viaja a través de la lluvia.

Artículo publicado en El Universal de Cartagena el 13 de junio de 2010

Pablito Flórez: crónica cantada del Sinú


Fotografía de Víctor González S.




Por Gustavo Tatis Guerra

Es la crónica cantada del Sinú. Pablito Flórez (Ciénaga de Oro, 1926), no tenía otra escapatoria en la vida que cantar.

Hijo del músico Pablo Flórez Barrera, que tocaba el redoblante en la Banda San José, la primera que se fundó en su pueblo, y de Librada José Camargo Nisperuza, una panadera, modista y empleada doméstica, confiesa que se inició en el camino de la música por puro castigo. Su padre lo castigó luego de que el niño de 9 años saliera por las calles de su pueblo, suelto de madrina, persiguiendo pájaros y corriendo por lo playones. Su padre además de músico, había sido peluquero, talabartero y cazador. Cuando no estaba tocando el redoblante, trabajaba junto a su hijo Pablito en su taller de herrería, en donde le había enseñado a hacer quemadores para marcar reses, cachas para cuchillos.

Lo que siempre ha acompañado a Pablito Flórez además de su sentido agudizado de la observación de su entorno y su fascinación por la vida de su pueblo, es el conocimiento de la tradición oral y la maravillosa fuente de sus ancestros sinuanos. La semblanza de su vida ha sido escrita por el joven periodista y escritor Carlos Marín Calderín: "Pablo Flórez: Juglar del porro", publicada por el Ministerio de Cultura, al otorgar el Premio Nacional Vida y Obra 2008, al gran autor de canciones del repertorio popular como "La aventurera", "Los sabores del porro", "La ciroma", "María Estela", "Lunita Primaveral", "María Marzola", entre otras.

Su canción "Los sabores del porro" le ha dado la vuelta al mundo en la bella interpretación de Totó la Momposina. Escucharla es como paladear un banquete de tradición: "el bollo poloco esmigao en celele y a minguí con coco", "el queso bien amasado con panela 'e coco de Colomboy", "la yuca harinosa asá mojá en asiento de chicharrón", la viuda de pescao, "la leche esperá en corrá", y el otro sabor del paisaje: "la china esparascá en fandango", el sabor de los mangos, la totuma de guarapo con hielo y limón "bajo un higo sato sentao en un cajón".

A sus 83 años el maestro le confiesa a Carlos Marín Calderín que no tiene sentido cuando la gente le recuerda que hay que descansar: "yo descanso de la vida y de sus pesares es haciendo música, cantando y tocando mi guitarra. Además, no sé hacer otra cosa".

Reconoce Pablito Flórez sus influencias decisivas de la tradición musical sinuana, el porro, la cumbia, los boleros antillanos, los sones cubanos, la presencia del Trío Matamoros, Daniel Santos, pero por supuesto, el aporte de su padre y del maestro José María Fortunato "El Negro" Sáez, entre otros.

Junto a su esposa Marcelina Causil, con quien ha compartido las estaciones de su existencia en más de sesenta años, ha escrito centenares de canciones en diversos géneros, además de porros, boleros, tangos, entre otros, obras en las que hay un cronista de la tierra y un poeta de las emociones.

Su bolero inédito "Tan lejos de ti", prueba su capacidad romántica y poética para nombrar "los ojos de lluvia", el aliento de unos labios descubiertos en el perfume de una flor. Su personaje Ninfa del Valle Corcho Ruiz, inmortalizada en "La aventurera", es en sí misma, una crónica extraordinaria que ha tenido una secuencia narrativa y poética en el tiempo. Esa mujer que tenía "cara de ser buena", tenía la condición aérea de las tentaciones: apariciones en las fiestas y en los puertos, una picardía que sembraba una perturbación en el alma de los amantes.

Pablito es algo más que esas aventuras juveniles. Su dimensión humana y artística trasciende y en sus canciones se refleja el espíritu de la región sinuana y en general, del Caribe colombiano.

Articulo extraido de la sección El meridiano Cultural, perteneciente al periodico El meridiano de Cordoba. 12-Dic-09.

Pablito Flórez

Fotografía de Fernando Mercado

Ciénaga de Oro es un pueblo dorado por la luna que todas las noches derrama un líquido brillante, que tapiza los techos de las casas, líquido que también anidó en ese río de venas que es la garganta de Pablo Flórez camargo, o mejor Pablito, así le decimos nosotros sus amigos para estar más cerca de su corazón.

Hombre de mirada triste, de caminar lento, hombre de piel hecha de retazos de tambor, de soledades, fiestas, gallos, amores, porros, mujeres, sones, campos, montañas, ríos, cumbia, rones, recuerdos y de otras vidas que le han dado orígen a sus composiciones.

Estudioso de su guitarra y seguro de arrancarle notas a esta para enriquecer sus melodías, que se convierten en leyenda y son historia de mi pueblo y de otros pueblos que habitan en mi pueblo, en el corazón y en el recuerdo de Pablito, que va hilvanando vivencias, amores, desamores, donde las palabras coloquiales ocupan un lugar especial y junto con la anécdota las coloca dentro de un marco tradicional y rítmico, creando la poesía popular que lo convierte en el mejor cantador de historias que ha existido en este Sinú Musical.

El juglar orense Pablito Flórez.

Pablito es dueño de un estilo que lo hace propio y único en su género; se pasea libremente entre sones, cumbias, gaitas, paseos, puyas, porros, gritos de monte, lamentos, como una necesidad diaria de poder decir cosas de sus amigos, de su pueblo, de sus mujeres, de los tiempos idos, del aletear de un ave, dándole un sabor embriagante qure los hace ser un hombre sinuano, un hombre caribe, un hombre latinoamericano.

Cuando nos recuerda el baile macho: (Era una reunión de hombres donde bailaban solamente los machos con excepción de María Trinidad, mujer ésta que tenía características de macho. Esta reunión era acompañada de pitos, guaches, palmas y tambores a los cuales les colocaban pañuelos embrujados para que sonaran más).

No es fácil para él olvidar cómo se vestían nuestros abuelos: franela, pantalón de dril caqui planchado con vela que derretían a la plancha de carbón, sombrero alón veintiuna vuelta hecho en trenza de caña flecha.

Nos provoca, nos entusiasma cuando dice: "Mi porro me sabe a mango, me sabe a piña a tajá e melón, mi porro me sabe a leche esperá en corrá, o cuando dice hay un ron en totuma que sabe a leche sinuana, o a mi gran celele y a minguí con coco" (el celele es una sustancia de la leche con partículas de queso y el minguí es una mazamorra de plátano maduro o amarillo machacado con leche y en zumo de coco).

Sin titubeos hace reconocimiento al trabajo honrado y honesto del hombre de soga y sombrero. "Lo que tiene un tipo honrado que puede saltar y brincar lo que tiene es trabajo, no se le puede negá". Con sabrosura nos invita a pegar un guapirreo propio de nuestra región.

Pablito Flórez se ha metido por todos los vericuetos de la vida sin pedir permiso para decir lo que siente y esencialmente de comunicar su inconformidad social. "Por los caminos de La Chivera (caserío de Ciénaga de Oro), viene la comadre Manuela Lión, trae mango de rosas en las aguateras, ají picante, piña y limón. Viene directa para el mercado con intención de algo comprar, pero todo lo encuentra caro y lo que ella trae no vale ná".

Tampoco se ha escapado del amor, pero ninguna mujer le dado un tramonazo (Tramonazo: sacudida fuerte, un solo golpe violento), tan grande com la Aventurera, pero algo muy especial hay que contar de esta mujer que enloqueció a Pablito Flórez, pero que no afectó ni incomodó a Merce su esposa, que ha sido incondicional y extraordinaria compañera.

Un buen día a Pablito le llegaron unas regalías por haber grabado el disco la Aventurera. Con esa simpatía, y ese humor que siempre le ha caracterizado le pidió al Cjero que le diera el pago en billetes de a peso, dinero éste que echó en una bolsa grande de papel. Cuando llegó a su casa esparció sobrla mesa del comedor todos los billetes, a Merce se le abrieron las ventanitas de los ojos y le preguntó: Mijo de dónde sacaste tanto dinero?....

Pablito muy orondo le respondió: de la Aventurera Merce, de la Aventurera. Merce levantó los brazos y mirando hacia el cielo exclamó: Que Dios la acompañe donde esté.

Con razones y con amores le ha dedicado muchísimas composiciones a la Aventurera y se ha pasado el resto de sus días cantándoles a esta mujer, testigos de estos amoríos su guitarra.
Es consciente de su valor y que su trabajo es bueno y cada día nos sorprende más. Del maestro de la guitarra y de la poesía hay muchas, muchísimas cosas que contar.
Pero personalmente tengo algo que decirle a Pablito, parodiando a Matilde cuando ésta le decía Neruda: "Pablo no te mueras".

Soad Louis Lakah
Villa Payita, abril 14-93.
Tomado de la página de la Secretaria de Cultura de Córdoba.