viernes, 6 de enero de 2012

Pablo, el cronista




Por: Pantaleón Narváez Arrieta *




La trascendencia de Pablo Flórez Camargo la aprendí de a poquito. La primera canción que le conocí fue La Aventurera. Aparte de que me permitía bailar con mi pareja, en principio no me incitó otro elogio. Además no era él quien la cantaba, ni su grupo quien la ejecutaba. Pero la canción estaba ahí, adherida a la piel, como un tatuaje que recordaba la travesía que por las poblaciones del Sinú iba a emprender ese arrebatado para evitar que se escabullera la mujer que amaba, a pesar de conocer que sus compromisos eran apenas de ocasión.

Luego, durante un Encuentro Nacional de Bandas, me interesé en él. La Banda Diecinueve de Marzo de Laguneta, bajo el comando de Miguel Emiro Naranjo, deslumbró al público con un fandango que desde sus primeros acordes nos convenció de no tener par. Era Tres clarinetes y su autor Pablito Flórez, el guitarrista de Ciénaga de Oro al que oí treinta años atrás en casa de Ana Luz Bedoya y de quien afirmaban que escribía letras para referirse a los percances, pesares o andares de los personajes de su entorno, incluidos los suyos.

A pesar de las referencias, de recordar sus pequeñas manos rasgar las cuerdas para que sonara un porro con dejo de son antillano y de haberme deslumbrado con la exaltación de las hazañas de un vaquero que supuse era un mito en el Sinú por su habilidad para dibujar con su lazo desde el lomo de un caballo, dudé de los méritos que le atribuían, ni siquiera cuando García Usta me insistía, mucho menos de que hubiera transgredido una regla que signó el porro en sus inicios: era música para danzar, no para cantar, ni contar.

Pero luego de escuchar Los sabores del porro, entendí que yo estaba fuera de contexto, que era inevitable conocer la obra de quien combinó sabores, texturas y aromas para demostrar por qué para nosotros, los criados entre las lomas y las planicies de las sabanas o a las orillas del Sinú, la identidad la sentimos a través de la cadencia de un ritmo que permitió a sus célebres bailadoras no sólo traslucir en sus ojos racimos de velas, sino danzar con ingravidez en el remolino de notas.

Ahora que ya no está, verifico que fue él quien dejó testimonio de ello. Narró los hechos que percibió y mencionó a sus protagonistas, no solo evocando tiempos idos, sino para asombrarnos con sus imágenes, que afloraron desde que, siendo adolescente, abandonó el taller de herrería al que lo destinó su padre y comenzó el aprendizaje de la percusión bajo la orientación y el aliento del mismo padre, que no se opuso a que siguiera su vocación, a pesar de los prejuicios que presuponía integrar una orquesta o actuar como el solista que llega hasta una ventana para expresar el amor de otro.

Por eso su universo no sólo se ambientó con atardeceres y la culinaria que disfrutó durante el tránsito de la ruralidad a la modernidad que, durante su periplo, ocurrió a orillas del caño de Aguas Prietas, sino que en él confluyen jornaleros con esperanzas, manteros con arrojo, ganaderos dadivosos y prostitutas sin vergüenza, analizados y descritos con la precisión de un cronista que supo que la inmortalidad nacía de la cotidianidad del terruño.

*Abogado y profesor universitario. (Tomado de El Universal de Cartagena)

jueves, 22 de diciembre de 2011

Pablito en imágenes 2








Marcelina, el gran amor de Pablo.

                                                   Fotografía tomada de El Meridiano de Córdoba. 


“Por encima de cualquier logro artístico, reconocimiento o premio, está mi esposa Marcelina. Ella ha sido lo mejor que he encontrado en el camino de la vida. No solo ha sido mi mujer y la madre de mis hijos, sino mi sangre, mi hermana y hasta mi madre también”.

martes, 20 de diciembre de 2011

‘Pablo Flórez, el dolor de la ausencia’

Fotografía de Fernando Mercado.


Por: Víctor González Solano 
 “¡Ay! la vía que llevo es obligación…”

En sus últimos días lo recuerdo  sentado en su taburete de cuero, mirando al infinito. ‘La flojera’, su finca imaginaria,  seguía pintada en la pared, pero sus colores se habían opacado, como si se hubiera vestido de luto.   Había un vacío urgente que se le clavaba en la piel y   un nudo en su garganta que, a ultranza, se quedaba con él.

La partida de su gran amor, su musa, su incondicional compañera Marcelina Causil Padilla, ‘La niña Merce’ –como la llamaban- le había quitado las fuerzas y las ganas de vivir. Merce se llevó con ella la alegría que caracterizaba al juglar. Con lagrimas en los ojos repetía constantemente: “Esto es duro compadre, no me hallo sin ella a mi lado. La extraño mucho”.

Miraba la guitarra que permanecía callada en un rincón de la casa. “No soy capaz de tocarla”, nos decía. Luego, posaba con dolor su mirada en la foto dibujada de su compañera que cuelga en la pared.  “Ahorita te alcanzo vieja, no te afanes”.

Aquellas palabras y aquel estado de tristeza nos llenaron de temor. El viejo Pablo no estaba bien. Ese que no quería a la muerte para nada, a la ‘pelona’, como la llamaba, ahora la invocaba y la deseaba. Soñaba con  que el Yacabó, pájaro feo  que anuncia a la muerte, cantara de nuevo. Y en verdad cantó.  Ahora entendemos que sólo el amor podía generar ese anhelo en un hombre tan noble como él.

Hoy,  cuando ya le ha devuelto el alma al Ser que se la infundió, recuerdo los primeros versos del bolero que le compuso a su mujer y que fue, al mismo tiempo,  su primera composición: Tan lejos de ti/ no quiero vivir/ muy cerca de ti/ quisiera sentir/ el aliento de tus lindos labios/ que son el perfume de una linda flor”.

Muy a pesar de su dolor se siguió levantando temprano, a la hora en que aún las ranas charrasqueaban.  Preparaba el café en la soledad del patio. Miraba al cielo como queriendo encontrar a su mujer. Luego salía  a caminar  por las calles de su pueblo, las mismas calles polvorientas por donde bailó, como una pluma, la flaca María Varilla. Porque María  Varilla no nació en Pelayo, como muchos creen. Nació en Ciénaga de Oro. De vuelta arriba a vuelta abajo se la pasaba Pablo, recordando  a Joseito Mestre y a Josefa Zuleta, quienes despertaban momentáneamente de su locura al oír sus pasos.


Su caminar  cansado dejaba huellas de dolor. Las lágrimas mojaban el camino que lo llevaba a la morada donde ahora habita su gran amor.

Pablito, como cariñosamente le llamaban en Ciénaga de Oro, era un cronista grande de su región. Por sus canciones desfilaron personajes que han construido, en su sencillez,  la historia de su tierra. Seres que  fueron eternizados en el pentagrama. Pablo era un celoso guerrero que cuidaba sus tradiciones, por eso su lenguaje musical estaba impregnado de olores, costumbres, gastronomía, paisajes, amigos y, por supuesto, bellas mujeres.

 “Ciénaga de Oro lo es todo para mí. Aquí nací, aquí me quedo y aquí me muero”, nos  dijo una vez el maestro Flórez,  lleno de orgullo por el pueblo que lo vio nacer, reír, llorar, crecer, cantar y recoger pepitas de oro.


                                    Pablo Flórez con el autor de esta nota.


De esa mente prodigiosa del maestro Pablo, no solo brotaban porros, fandangos, cumbias, paseos, merengues, pasillos, rancheras y boleros, sino también un mundo mágico de palabras,  que se mezclaban con un humor original y fino que, a la postre, se convirtieron en fantásticas historias. Pablo le sacaba apunte a todo. A sus achaques, a su pobreza, sus desamores. Eran apuntes que embelesaban, que hacían que uno se olvidara del tiempo. Apuntes que darían para escribir un buen libro.

Se sabía cuando una conversación con Pablo Flórez comenzaba, pero nunca cuando terminaba. Por eso, muchos lo dibujaron como un personaje garciamarquiano. Cuando Pablo no estaba cantando estaba echando chistes. Tenía una gracia única. Muchos de esos chistes se llegaron a convertir en canciones. “Ahora sí que estoy jodío/ ya me agarró la vejez,/ ay los huevos los siento frío/ y dormido el hombre aquel…”

El cuerpo de Pablo era ‘Maltrecho’, como el mismo lo decía. Pero esto no le acomplejó, antes por el contrario, le sacaba punta a la cosa. Siempre contaba la anécdota  de una tarde que llegó a una cantina y se sentó en la barra. De inmediato le pidió un trago al cantinero. Cuando se tomó su trago, sacudió la cabeza y dijo: “Carajo, este trago me ha descompuesto el cuerpo”,  a lo que el cantinero le respondió: “Déjese de pendejá, cuando usted llegó aquí ya estaba torcío”.

Pablo José Flórez Camargo nació el 27 de junio de 1926, día de la virgen del Perpetuo Socorro. Vino al mundo en medio del olor de los mangos y las piñas maduras, del canto de los pájaros y las casaberas, de los guapirreos de un músico de banda. Lo recibieron las manos de una experimentada comadrona, bajo la luz de un mechón.

La pobreza siempre imperó en la casa de los Flórez, pero, junto con ella, también habitaron la alegría y la música. Su padre, Pablo Flórez  Barrera, que fue integrante de la  banda San José,  la primera que hubo en el pueblo,  y que dirigía el gran maestro José María Fortunato Saez, ‘el Negro Saez’, le hizo al niño pablo un tambor. Con ese tambor, Pablo alegraba a sus amigos de niñez.  Nicanor Martínez, Pedro Nel Ávila, Dimas Ávila, Miguel Mariano Martínez y Marcelino Pérez  fueron algunos de esos niños que vieron el nacimiento del gran músico y compositor.

Aprendió a parrandear de la mano de Macario Flórez, Manuel Antonio González  y Dolores Ramos. Cuando conoció a Antolín Lenes, a los hermanos  Paéz, Simón Mendoza, Juanito Oviedo y a Lucy González, supo, de una vez, que lo suyo era la música.

‘La aventurera’ es, tal vez, una de las composiciones más conocida de Pablo. Y, también, una de las mujeres que ha dejado una huella imborrable en su corazón. Así recordaba el día de fandango y corraleja en que a su vida llegó Ninfa Isabel, la aventurera. 

“Esa mujer me tenía lelo. Yo no sabía si venía o iba cuando pasaba por mi lado. El amor creció y de ese amor nació la canción. Mi mujer, por supuesto, no podía verla ni en pintura, ni oír la canción. Un día, que el fogón de la casa estaba apagao y el hambre curucuteaba el estómago, salí a caminar por las calles para ver qué conseguía. De pronto, un amigo me grita que en la oficina de correo había un cheque para mí por las regalías de ‘La aventurera’. Lo reclamé y lo cambié, pero le dije al cajero del banco que me diera puro billetes de a cien y monedas. Cuando llegué a la casa tiré toda la plata en la mesa. Mi mujer puso una cara de alegría y me preguntó: ¡Ajá!, y esa plata de dónde salió? Me la dieron por ‘La aventurera’, le respondí. ¿Y sabes qué hizo mi mujer? Alzó los brazos al cielo y dijo: Dios bendiga y cuide a esa mujer”. “Sí supiera que la quiero/ volvería por esta tierra/ al pueblo Ciénaga de oro/ donde tiene quien la quiera”.

Pablo Flórez era un sinuano, hecho en otro tiempo, que había alcanzado una fama y un respeto en todo nuestro territorio como músico, compositor y persona. La música, si bien es cierto no le había  hecho millonario, si le permitió hacer grandes amigos y obtener el reconocimiento del público y de la crítica. Y con eso, decía él, le bastaba y sobraba.

Pablo no olvidó nunca aquella buena época al lado de Antolín Lenes y de la cieguita Lucy González.  “Fue una época maravillosa. Recorríamos los pueblos de la  costa llevando nuestra música, y el público nos quería. A veces nos pagaban con ron y comía, y nosotros aceptábamos. Eran lindos aquellos tiempos. De Lucy guardo gratos recuerdos. Lo que Dios no le dio en vista se lo multiplicó en talento y bondad. A Antolín le debo mucho. Fue muy importante para mi vida de músico. Formé parte de sus agrupaciones. Excelente músico y amigo”.

Después de tocar en varias orquestas de  Córdoba, a Pablo lo contrata don Toño Fuentes, propietario de discos  Fuentes, para que sea el percusionista exclusivo de esa casa disquera. Siendo el percusionista de Fuentes participó en las grabaciones de orquestas y músicos como Pedro Laza y sus pelayeros, Los Hermanos Martelo, la Sonora Cordobesa y Francisco Zumaqué Nova.  También acompañó con su guitarra y su voz a las agrupaciones de Antolín Lenes y su Combo Orense.

Miguel Emiro Naranjo, director de la Banda 19 de marzo de Laguneta, es un  consagrado músico que se ha nutrido de la fuente inagotable de Pablo. Cuando habla del maestro, una alegría y una emoción lo embargan. “Pablo era un genio. Para mí es uno de los reyes del porro. Sus composiciones llevan marcadas las costumbres de esta tierra y la sabrosura de nuestra música. Creo que el país le debe un gran reconocimiento. Ojalá en las escuelas  nuestras  se diera a conocer la vida y obra de este músico y en la televisión hagan la novela de su vida”.

Pablo amaba lo que hacía. Si no hubiera sido músico se las hubiera inventado para serlo. Con muchas composiciones registradas es, hoy por hoy, un músico y compositor de respeto, que ha dejado una impronta importante en nuestro cancionero nacional.

Totó la Momposina, nuestra diva descalza, ha incluido varias canciones de Pablo Flórez en sus trabajos discográficos, y se siente orgullosa de eso: “En las canciones del señor Pablo Flórez  están los colores de la vida y los sabores de nuestra música. Una canción de él es como un pedacito de la tierra en la garganta. Cuando yo las interpreto me lleno de mucho orgullo.”

Pablo no sólo le cantó  a la naturaleza, su tierra, sus mujeres y sus paisajes. El poeta del Sinú también sentó  su voz de protesta por la violencia que azota su región. En el tema ‘La cumbia está herida’ Pablo fue un crítico fuerte y nos muestra una situación a la que sus ojos, su alma y su voz no podían ser indiferente. “Mis campos eran sanos, no estaban manchados/ llegaron foráneos/ con el graje en la mano/ la luna está roja será porque sufre/ como ave en congoja que sube, que sube/ al oír como suenan destapar metralletas/ al inocente condenan/ y nadie protesta…y nadie protesta”.

Sus canciones han sido interpretadas por muchas orquestas y cantantes de renombre como Justo Almario, Totó la Momposina, Alfredo Gutiérrez, Moisés Angulo, Alé Kumá, Aglaé Caraballo, la orquesta de Juancho Torres, Iván Villazón, entre otros.

En sus últimos días vivía  con su melancolía a cuesta. Con un profundo dolor en el alma.  Metido en la voz de la cieguita Lucy y el clarinete de Antolín. Llorando la partida de su eterno amor. Resignado, pero deseoso de reunirse con ella.

Pablo,  que le curó las heridas a la cumbia, no tuvo quien le curarara  la de él. Ya no le provocaba el  cabeza e´ gato, el casabe doblao con suero, ni el arroz con coco con guiso e´ pato, ni el queso bien amasao con panela e´ coco de Colomboy  ni la yuca harinosa asá, mojá con asiento de chicharrón. Su vida transcurría en medio del dolor y las diálisis.

Sus hijos y la gente del pueblo siempre le rodearon de cariño. Pero el ya no quiso cantar sus canciones ni los boleros de Daniel Santos ni los tangos de Gardel. Era, en sus últimos días,  un hombre triste y solitario, que repetía constantemente: "¿Marce dónde estás que no te oigo?".

Hoy, toca cumplir su voluntad. No cargar luto, que una banda y una comparsa con vela y pito vayan delante del cajón. Que la aventurera regrese a Ciénaga de Oro y tire un llanto por su Pablo, eso sí, con un traje rojo adornao en florón. Que Cristo Hoyos pinte a la Negra Facta asentá en la tumba arriba un tambó, y que esté sonando una guacharaca y en la pollera su garrafón.

Ay mi querida Soad Louis Lakah, tu pablo está vez no te hizo caso, no obedeció tu petición de: “no te mueras pablo”.

Publicado en El Heraldo de Barranquilla (Dic. 18 de 2011)


En silencio, como perfeccionando una canción en su mente está Pablito Flórez Camargo sentado en una mecedora debajo de un rancho de palma en el patio de su casa, en Ciénaga de Oro, Córdoba.

Es un abuelo sabio, enamorador, amigable, pero a la vez regañón. “¿Se van a callar?”, le gritó a unos familiares que hablaban en voz baja en la cocina mientras él respondía una de las preguntas. Le obedecieron en el acto.

Si hay algo que lo caracteriza es su buen humor. Para todo tiene un chiste o un relato popular que le pone un tinte de jocosidad a las más solemnes de las situaciones.

Alguien me preguntó un día que si yo era casado, y le respondí: “Sí, pero no ejerzo”, comentó y estalló en una carcajada que se fue apagando poco a poco, como se van apagando los aguaceros de gotas gruesas.

Tiene la esquiva virtud que la vida le brinda a unos cuantos de burlarse de sí mismo, aun cuando sea él quien salga mal librado del chiste.

Por momentos el maestro hace silencio y mientras mira por largo sembrando su vista en ninguna parte, da la impresión de ganarle batallas a la memoria. Entonces refleja en su actitud, cuando se queda silencioso sentado en la mecedora, una desesperanza parecida a la de alguien que espera con paciencia resignada a la orilla de una carretera, como tratando de reconocer a la persona indicada en quienes aparecen a lo lejos.

El maestro Pablito Flórez está convencido de que el porro no ha tenido la misma acogida a nivel nacional e internacional porque no tiene letra.

“Lo que no lleve un mensaje se queda atollado. El vallenato habla del Cesar, de sus mujeres, que es lo que yo hago cuando compongo, por eso mi música camina. Eso pasa con la canción mexicana, que habla de la belleza de sus ríos, de sus cerros. Hay porros que han caminado mucho, porque cayeron en manos de mentes privilegiadas como la de Lucho Bermúdez, que hizo “El Carmen de Bolívar”.

Ese porro, cantado por Matilde Díaz, se ha paseado con éxito por el mundo. Por eso yo propongo que al porro se le ponga letra, para que diga algo. ¿Qué no caminó la cumbia “La pollera colorá?”. Anduvo por la letra, si la hubieran hecho con solo pitos no hubiese caminado tanto. El hecho de que un porro tenga letra no impide que una banda lo toque en una corraleja”, explica el maestro. El maestro Pablito Flórez ha compuesto las canciones “La aventurera”, “Los sabores del porro”, “El reencuentro con Ninfa Isabel”, “Manuela Lión”, “Fiesta brava”, “El barcino”, “Chivo mono” y “El porro es el rey”, entre muchas otras.

  
¿Cómo cree que sería la vida sin música?

—Sería un cementerio de muertos que caminan y miran, pero que no sienten.

  
¿Usted se siente olvidado?

—No, yo no puedo decir eso, porque he sido acariciado por la admiración en todo el país. La grandeza a uno se la da el pueblo. Tengo la dicha de ser querido por la gente, porque soy espontáneo y en cualquier parte canto una canción. Además he descubierto varios artistas, como por ejemplo a Lucy González, y a una prima hermana suya, Cruz del Carmen, quien también grabó con nosotros en Fuentes. Hace unos años, en Montería, escuché a una muchacha, Aglaé Caraballo, que ahora está triunfando en España, a ella le expliqué cómo se cantaba el porro. Lo primero que le gustó fue “Los sabores del porro".

  
¿Cómo nació “La aventurera”?

—¿Cómo nació? No sé si esa mujer nació en una cama de palo o qué, pero si tú te refieres a cómo nació la inspiración para componer esa canción, te digo que fue en el burdel de Petrona Naranjo, aquí en Ciénaga de Oro. Allí acudían las mujeres más bonitas de la época y allí las visitaban los grandes parranderos como Roberto Ruiz, “El Chape” Petro, los hermanos Martínez Banda, los Ortiz, Sabas Tuirán, Francisco Durante. Ellos no se van a molestar porque yo haya dicho esto, ya que están enterrados. Hasta la dueña del burdel “llevó con el bloque”. Un día yo estaba adentro con Filiberto González, que es otro juglar de Ciénaga de Oro, y de pronto vimos que llegaron tres mujeres a la puerta de Petrona y preguntaron que si se podía entrar.

Nosotros estábamos ahí, pero no teníamos ni para tomarnos un trago, cargábamos una peste de billete de esas grandes. Petrona les preguntó qué necesitaban, y ellas respondieron que andaban buscando trabajo. Petrona les aclaró que eso ahí era un cabaret, entonces ellas dijeron que a eso venían. La que comandaba el trío era Ninfa Isabel, “La aventurera”. Ella me pidió que le cantara una canción y yo le canté aquella ranchera de José Barros que cantó Tito Cortés, que dice: Mala mujer / mala mujer / hoy vengo a recordar / todo lo que me has hecho sufrir / todo lo que me has hecho llorar / (...). Ella me preguntó por qué le canté esa canción si yo no la conocía, y le respondí que tenía el presentimiento de que así como había llegado ahí, así se iría cualquier día.

“Eres un ave de paso”, le dije. Y me contestó: “De pronto me quedo contigo”. Eso me gustó y me dio un beso con sabor a aguardiente. Entonces entablamos unos amores bohemios que duraron muchos años. Después se fue y le hice la canción. Luego le hice otros temas como “El regreso”, “Me encontré con Ninfa Isabel”;  “La del tatuaje”. (...) “Si supiera que la quiero / volvería por estas tierras / al pueblo Ciénaga de Oro / donde tiene quien la quiera / (bis) La última vez que la pude ver de cerca / fue en el puerto de Montería y enseguida se embarcó / iba rumbo directico pa’ Tierralta / muchas le escribí y jamás me contestó” / (...) (“La aventurera”).

  
¿Cuál es el porro que a usted más le gusta?

—Río Sinú, ese que hizo Miguel Emiro Naranjo, Rafael Eduardo y “El Mocho”, los tres de la Banda 19 de Marzo de Laguneta. Me encanta.
  

¿Le hubiera gustado componerlo?

—No, yo también he hecho lo mío. Yo no envidio lo que otro hace, pero me gusta ese porro. Ahora, ese otro porro viejo que se llama “La Lorenza” es una vaina que sabe a sabroso. “Palo e corraleja” también es un gran porro.
  

Dice mucha gente que usted ha sido desordenado con las mujeres...

—¡Y sigo siendo!

  
¿Todavía tiene fuerzas, maestro?

—El amor no tiene edad.

  
¿Cuál es el secreto para triunfar con las mujeres?

—Quererlas, demostrarles amor y darles lo que a ellas más les gusta, pero una de esas es el billete y el oro. Si tú sales por la calle del mercado con un puñado de sortijas y a todas las que llames le entregas una, enseguida sonríen, y no te olvidan. La mujer no se enamora con bofetadas, la mujer no se hiere ni con el pétalo de una rosa, porque en el fondo de la más vil, existe algo sincero. Una mujer es una madre. ¿Te gustó eso?

  
¡Es hermoso!, pero entonces... ahí hay algo de interés, ¿no cree?

—Por eso me atreví a criticar los mandamientos de la ley de Dios. Te voy a explicar: “Amar a Dios sobre todas las cosas” está correcto, “No hurtar” no está correcto, porque uno roba corazones, cariño, eso no se puede estipular; “No fornicar”, ¿y entonces cómo se reproduce la gente si allí es donde está la jodida?; “No desear los bienes ajenos”, ¿cómo se hace eso cuando por el ojo entra la ambición y es algo que el mismo Dios creó?; “No desear la mujer del prójimo”, me pregunto: ¿cómo hace uno para que no le guste una mujer? Que le falte el respeto es distinto. Que uno la respete está bien, pero que no la desee, no. Imposible.  ¿Quién no iba a desear a María Félix? A la mujer le gusta que la deseen, para eso es que se pinta y arregla.

  
¿Qué es lo que tiene usted que le cae bien a las mujeres?

—Le caigo bien a las mujeres porque complazco, que es lo que no tienen los Diomedes ni los pendejos esos que son unos orgullosos, que hay que pagar hasta para verlos, ¡mira pues! Jesucristo nunca cobró para que lo vieran, en cambio estos... serán más que Dios.



Supongamos que el maestro Pablito Flórez no es usted, sino alguien que está aquí al frente, ¿cómo lo ve?

—Como un tipo torcido del pescuezo, con una manera de pensar extraordinaria, con un sentimiento puro, un corazón noble y dispuesto a servir con lo que esté a su alcance a quien lo necesite.

  
¿Dónde y cómo le gustaría morir?

—A la muerte no hay que escogerle la forma, porque uno va a sufrir de equivocación, pero me gustaría morir en el seno de la música. ¿Cómo?, bailando un porro, que caiga de pronto.

  
¿Con qué canción quiere que lo despidan?

—Con “María Varilla”, “La aventurera” y “Los sabores del porro. Pero también hice una para ese momento, que se llama “La muerte de Pablo Flórez”, que dice: “Cuando yo muera no me carguen luto / vaya una banda detrás del cajón / la comparsa con vela y pito / y sobre la caja un bulto de ron / Que “La aventurera” me tire un llanto / con un traje rojo “adornao” en florón / no quiero muerto causar espanto / la vía que llevo es obligación / velorio no quiero / sino una caseta / que me canta el eco / nueve días de fiesta /”.

  
¿Qué no le he preguntado?

—¿No te atreves a preguntarme si soy pendejo? Pero sí, “Soy pendejo”, porque hay un tipo que vive por allá por los cerros al que llamamos “El Tuto”, a quien le presto plata y nunca me paga.

  
¿Y por qué le sigue prestando?

—Por eso, porque soy pendejo.

Texto de Carlos Marín publicado en El Universal de Cartagena (Dic. 17 de 2011)

viernes, 16 de diciembre de 2011

Una sonrisa con sabor a porro y a inocencia.




Una sonrisa limpia y sincera que refleja los sentimientos guardados en un noble corazón.

A Pablito Flórez se le cumplió el sueño: hubo fiesta en su entierro


Por. Eduardo García


La fiesta que se hizo en el entierro de Pablito Flórez tardó cuatro horas.

Empezó a las 8:00 de la mañana en su casa del barrio Granada, de donde salió el féretro en hombros hasta la iglesia central de Ciénaga de Oro y de allí al cementerio del barrio Los Alpes.

Sus familiares, amigos y gestores culturales complacieron lo que el juglar pidió en vida y cuyo sueño resumió en la composición El Entierro de Pablo Flórez.

Así las cosas, hubo comparsas, fandango a pleno sol de 11:00 de la mañana, pitos y tambores, acordeones, cajas y guacharacas que repetían el repertorio del maestro.

A lado y lado, en las terrazas de las viviendas por donde debía pasar la fiesta sonaban las obras insignes de Pablito. A todo volumen competían los equipos con las agrupaciones que en medio del dolor por la muerte del poeta y músico alegraron el 16 de diciembre en Ciénaga de Oro.

En la caminata de lágrimas, felicidad y desanimo no quedó un bache. Incluso, a la fiesta del entierro de Pablito asistió público de otros municipios cordobeses y sucreños.

Los músicos de la banda 19 de Marzo de Laguneta que dirige el maestro Miguel Emiro Naranjo – amigo personal del juglar – vestidos de blanco desfilaron interpretando todas las composiciones del autor de La Aventurera y Los Sabores del Porro.
Tomado de El Heraldo de Barranquilla

Sabor a porro

                          Fotografía y efecto: Víctor González Solano

Sabor a porro

A Pablo Flórez

En Ciénaga de Oro
la vida sabe a porro,
 las mujeres huelen a fandango
y la aurora es anunciada por un palitiao.
Por sus calles polvorientas,
por donde caminó y bailó
María Varilla,
caminó lento, pero muy seguro,
el viejo Pablo.
Abarcas tres puntá,  sombrero sabanero,
pantalón caqui,  camisa blanca
y nudo en el pañuelo apretado de plata.
Pablo, hechicero del pentagrama,
amante empedernido de las vitrolas
el que siempre esperó a la aventurera,
esa que no sabía que él todavía la quería.
Pablo, gallo fino de espuela recta,
toro bravo de corraleja,
el que le puso sabor al porro
y curó las heridas de la cumbia.
Víctor González Solano

Pablito Flórez, el genio ido

                               Fotografía de Fernando Mercado.

Dicen que Pablito Flórez era el último juglar del Sinú, el que conservaba los ritmos y las cadencias de los viejos vaqueros que recorrían las sabanas y guapirreaban a pleno pulmón bajo los aguaceros intermitentes de abril.

Por fortuna, hubo tiempo de homenajes, difundir sus canciones y oírlo cantar en todos los rincones de Colombia, gracias a Soad Louis, Jorge García Usta, a Gloria Triana y a muchos otros periodistas y gestores culturales que entendieron a tiempo el valor de su música y su aporte al folclor colombiano, desde un pueblo encantador a orillas del caño de Aguas Prietas llamado Ciénaga de Oro.

Córdoba es tierra de porros y fandangos, de melodías que guardan el sonido agudo de los antiguos instrumentos de viento precolombinos y la percusión sonora de los africanos.

En ese universo vasto de leyendas musicales y mitos indígenas, Pablito Flórez construyó su obra, tributos hermosos a la tierra, al amor simple y montuno, al trabajo de campo, a los sabores que alimentan gente sencilla y trabajadora, a la parranda y a la vida.

Una canción suya sintetiza especialmente el espíritu sinuano y del Caribe y es el ejemplo más nítido del arte instintivo. Se llama “Los sabores del porro”.

Mi porro me sabe a todo/lo bueno de mi región/me sabe a caña me sabe a toro/me sabe a fiesta me sabe a ron/me sabe a piña me sabe a mango/me sabe a leche esperá en corrá/me sabe a china emparascá en fandango y ají con huevos en machucá.

A Pablito Flórez, aun después de los homenajes y de la regrabación de sus canciones principales, se le podía encontrar sentado en la puerta de su casa de Ciénaga de Oro, tocando una melodía para quien pasara por allí.

Cuando sus manos pulsaban las cuerdas de la guitarra, parecía entrar en trance y dialogar con los primeros pobladores de la región, los que entraron por Punta de Yánez, buscando tierras altas para protegerse de las inundaciones hace 3 mil años.

En su rostro de mirada pícara y sonrisa constante había huellas de la melancolía serena del cacique Zuripá danzando para las tribus diseminadas en los campos rescatados del agua, de las famosas terrazas hidráulicas zenú que abarcaron 600 mil hectáreas, y en sus canciones se asentaba la nostalgia de un paraíso de quienes daban la vida por sus amigos, y se emborrachaban para llorar de amor en las casetas de las fiestas de toros y recorrían los pueblos llevándose a las mujeres más hermosas.

Pablito Flórez es sinónimo de tubas, clarinetes y platillos, redoblantes, bombos y bombardinos, y en su música y sincretismo está la historia de otros tiempos, los sucesos cotidianos que fueron construyendo dolores y alegrías de un pueblo dulce de aromo y flor, donde sobreviven a la lucha diaria personajes asombrosos, taciturnos e inmortales.

El miércoles pasado se nos fue Pablito Flórez, el hombre, porque su música y su encanto son eternos y perdurarán en cada pedacito de tierra polvorienta del Sinú y en la memoria cultural del Caribe y de Colombia.
Editorial de  El Universal de Cartagena (16 - 12 - 11)

jueves, 15 de diciembre de 2011

Gloria para Pablo.

                          Foto de Vicky Ospina.

"Los sabores del porro, y todas las canciones que Pablito creó con su lenguaje de cronista de su tierra quedarán por siempre en nuestra memoria y las bailaremos y escucharemos mientras duren nuestras vidas".
- Gloria Triana -

miércoles, 14 de diciembre de 2011

El entierro de Pablo Flórez




¡Ay! cuando yo me muera no me carguen luto,
que vaya una banda tras el cajón,
y una comparsa con vela y pito
y sobre la caja un bulto de ron.
Que la Aventurera me tire un llanto,
con un traje rojo adornao en florón,
no quiero muerto causar espanto.
¡ay! la vía que llevo es obligación.
          Velorio no quiero,
        mejó una caseta,
            que  me cante Alejo,
            nueve días de fiesta.
Que pinte Cristo Hoyos la Negra Facta,
asentá en la tumba arriba un tambó,
y que esté sonando una guacharaca,
y en la pollera su garrafón.
Cuando se vengan toos mis amigos,
me peguen un grito de la región,
que cojan pronto el mismo camino
y no se le olvide llevarse el ron.
         Si Cristo no quiere
             pintá el cuadro bello,
        cuidenlo mujeres 
         porque me lo llevo.


Murió el Maestro Pablo Flórez



El folclor del Caribe sigue de duelo ahora por el fallecimiento de quien descubrió y describió con música que el porro tiene muchos sabores: Pablito Flórez Camargo, también compositor de otros éxitos que le siguen dando la vuelta al mundo como La Aventurera, Tres Clarinetes, Lloró Pelayo y muchos más que divierten al universo.

Su deceso lo confirmó a EL HERALDO Ivón Mestra Flórez, su nieta predilecta, la que lo acompañó en todo momento en su enfermedad y con quien se veía agarrado de un brazo saliendo de las terapias renales un día por medio en el hospital Sandiego de Cereté.

Pablito Flórez, contaba con 85 años de edad, llevaba varios días internado en la Unidad de Cuidados Intensivos de la Clínica Central de Montería, en delicado estado por una afección pulmonar y respiratoria.
Sus familiares habían reportado que había mejorado el maestro y hoy sus amigos y seguidores creyeron que muy pronto sería trasladado a una habitación donde pudiera ser visitado.

Aún no se confirma la hora y fecha exacta del sepelio que seguramente será en su natal Ciénaga de Oro.

Tomado de El Heraldo de Barranquilla.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Hospitalizado en UCI el maestro Pablito Flórez



Hospitalizado en Usi el maestro Pablo Flórez


Por: Eduardo García (Montería)



Tras una deficiencia cardiaca y respiratoria fue hospitalizado en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de la Clínica Central de esta ciudad el maestro Pablito Flórez Camargo, quizás el último juglar de Córdoba y autor del insigne tema musical Los Sabores del Porro y otros éxitos internacionales como La Aventurera, Tres Clarinetes, Juan Almanza, Luna Primaveral, entre otros de igual calidad.

“Mi papá no alcanza el aire, se le entorpece el habla además del problema renal que ya todos conocemos. Está bastante delicado, pero Dios quiera que no sea necesario instalarle un respirador artificial. De todas maneras, en UCI el cuidado es mejor, como él lo requiere”, dijo a EL HERALDO el profesor Marcos Flórez, hijo del maestro.

Sostuvo que el cuerpo médico reunió a la familia para pedirle que se prohibieran las visitas de particulares. Solo están autorizados Marcos, hijo del maestro y su nieta Ivón Mestra Flórez.

“Porque somos los que más conocemos de la enfermedad de mi papá. En las últimas horas gracias a Dios ha sido notoria una mejoría”, precisó Marcos Flórez.

Al maestro Pablito le ha dado muy duro la muerte de su compañera Marcelina Causil, hace aproximadamente un mes y quien inspiró en él el bolero Tan Lejos de tí. Fue su compañera permanente en el rancho de palma donde conquistó varias letras y melodías que hoy recorren el mundo.

Tomado de El Heraldo de Barranquilla